Carlos Andrés Pérez, Ismenia de Villalba, Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz y Pompeyo Márquez durante el aniversario del MAS | archivos familiares

Por RAMÓN GUILLERMO AVELEDO

En esta época de confusión entre poderes políticos y económicos y a nivel micro, entre participación política y empresa privada, vale la pena detenerse en la figura de Pompeyo Márquéz (1922-2017), un político con una vocación única, totalmente incapaz de cobrar por su dedicación no lo hizo, descartó sacrificios personales y familiares. Sus opiniones pueden o no ser compartidas, pero su vida no deja dudas sobre su honestidad personal incuestionable.

Su número y su seudónimo Santos Yorme eran hace mucho una leyenda cuando lo conocí, veinteañero yo, recién fundado el Movimiento al Socialismo, cuyo proceso junto a mis compañeros de tendencia socialcristiana habíamos seguido atentamente desde antes de dividirse el PCV, por amistad con los más juventud. No sé por qué asocio este primer encuentro con una reunión en algún lugar de Maripérez, tal vez sea un truco de memoria. En la conversación nos contó sobre las represalias que su hijo, estudiante en un país del entonces llamado “bloque socialista”, había sufrido por la actitud soviética hacia su posición en la política venezolana. Ya en ese momento me pareció que su característica cara dura acentuada por el mentón y el gesto en los labios, no se expresaba en su conversación venezolana normal, sin groserías ni agresiones. Un tipo razonable que discutía con respeto y escuchaba atentamente. Así lo he seguido percibiendo, en el transcurso de una relación personal que se ha desarrollado a lo largo de casi cincuenta años.

Otra característica de Pompeyo es que nunca se utilizó el juego como excusa para apoyarse en el pensamiento. Era una actividad incesante, abierta o clandestina, en libertad o en la cárcel, en la calle o en las reuniones, en el partido o en el Parlamento. Tampoco dejó de estudiar, reflexionar sobre la experiencia y escribir para explicar la política que defendía. Artículos, folletos, libros, documentos. Había escrito en los periódicos hasta que llegó como reportero en el primer Últimas noticias, netamente izquierdista, incluido, lo creas o no, Óscar Yanes. del semanario Unidad, fundada por Gustavo Machado, entre muchos medios, destacoLa Tribuna del Pueblo durante su militancia comunista (redactor jefe desde su aparición en 1948) y ya en el MAS, Lugar, de la que fue el fundador. También de la Fundación Gual y España, de la que es promotor e impulsor desde 1984. Escribe, edita, publica. Nadie puede decir que su pensamiento era secreto. Por el contrario, en su itinerario intelectual está el mapa de su itinerario político: sus propuestas, sus aciertos y sus errores, sus rectificaciones, sus reveses. La prueba queda en los dos planos de su Trabajos seleccionados entre cuarenta y dos y dos mil, editado en 2001 por Catalá bajo el sello El Centauro. Pero en los veinte restantes que estuvo aquí, siguió como si nada hubiera pasado. Calma y tranquilidad, nunca.

En su biografía se advierte una importante actividad en relación con personalidades, partidos y movimientos de otras partes del mundo, expresión de lo que se denomina «internacionalismo proletario» en la posición ideológica que era su signo. Aquí podemos comprobar la influencia que tuvo en él este contexto intelectual y político y las transformaciones que su lectura de sus vivencias y vicisitudes concretas provocaron en su mente que el conformismo nunca fue cómodo.

Creo que en sus escritos, en sus planteamientos políticos y en sus actitudes podemos ver una apreciación creciente de la democracia política, así como una apreciación de la utilidad de las reformas de avanzada en contraste con la baja relación costo-beneficio de los maximalismos revolucionarios. La convicción de la esterilidad de la violencia es la conclusión de este largo y duro aprendizaje.

Como líder político, Pompeyo no murió virgen, ya que tuvo la experiencia intensa, a veces satisfactoria ya veces frustrante, de ejercer el poder. Y no me refiero al Legislativo, donde tuvo una carrera influyente, sino al Ejecutivo, como ministro de Rafael Caldera, otro tenaz veterano, como producto de una amplia política en el campo de las alianzas en la que los caminos que cada uno ha cruzado por tu lado. En el gabinete ejecutivo y en el delicado papel de negociador con Colombia, tuvo la oportunidad de demostrar su patriotismo sin diluir y su serenidad de estadista.

En sus últimos años, cuando tuve cada vez más oportunidades de compartir con él y beneficiarme de sus generosos consejos que, paradójicamente, combinaban serenidad y pasión, comprendí al sincero promotor de la unidad de los demócratas venezolanos, en una estrategia y un programa que son profundamente contrarios al rumbo autoritario al que empuja desde arriba la corriente de un poder con vocación hegemónica, tan realista en la visión de medios como de oportunidades. Por sus enseñanzas, le estoy muy agradecido.

Por el testimonio de integridad que nos brindó en su vida hasta el último minuto, estas líneas que expresan mi recuerdo de su figura quedan como testimonio de mi respeto a Pompeyo Márquez con motivo de su centenario.

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