¿Del palacio presidencial a la prisión?

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Trump del FBI

Parece que la carrera política de algunos de los líderes más importantes de nuestro continente -incluido Estados Unidos- está destinada al juicio, la prisión y, en algunos casos, la venganza (Lula). Tan pronto como terminan su mandato, ya veces antes, son objeto de acusaciones y juicios que, en la mayoría de los casos, tienen menos que ver con la justicia y el derecho que con la venganza o la venganza política.

Esto no quiere decir que en determinadas circunstancias no existan motivos reales suficientes para poner en marcha mecanismos judiciales, más aún porque hoy dicha venganza o venganza no se ejerce de forma violenta como en el pasado, sino que, bajo el manto de la democracia, obliga a recurrir a procedimientos judiciales llenos de vaivenes judiciales que en ocasiones conducen a la revelación de irregularidades efectivamente cometidas.

Nuestro país, en una demostración de lo que algunos creyeron encaminado a sanear la función pública, realizó a destiempo la defenestración ordenada por la justicia de Carlos Andrés Pérez, con base en la discutible excusa de haber utilizado una pequeña suma de dólares. para reforzar la seguridad de la entonces novata y frágil presidenta de Nicaragua, Doña Violeta Chamorro. Se ha debatido si el gasto en seguridad exterior es o no de interés para Venezuela. El resultado de tal locura está ahora a la vista y no necesita explicación. En ese momento, en una democracia supuestamente madura, la distribución de poderes funcionaba a medias, lo que no significaba necesariamente que los miembros de dichos poderes no hubieran dejado sus decisiones teñidas por sus propias preferencias partidistas.

Estos mismos días, el caso que involucra a la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, quien luego de años de maniobras legales entre ella y sus enemigos políticos ha llegado a un callejón sin salida en el que ha quedado, beneficia de una cobertura preferencial en el tema de varios procesos penales por diferentes causas, todo ello combinado con el fenómeno de la corrupción mediante la adjudicación de obras públicas, el blanqueo de capitales y otras irregularidades que parecen suficientemente acreditadas judicialmente como para dejar presagiar una próxima pena de prisión. Precisamente por eso, dicha señora había ensayado todas las artimañas necesarias para designar y controlar a los jueces que asegurarían su impunidad. Al parecer, en Argentina aún existe cierta independencia de los magistrados cuya estabilidad -a diferencia de Venezuela- está garantizada de hecho y de derecho. Ahora parece que ha llegado al punto final.

Precisamente frente a este panorama aparecen quienes creen que los casos judiciales se deciden por votaciones o manifestaciones callejeras y por ello provocan desórdenes públicos que esperan redunden en favorecer a la señora en el proceso judicial. Asimismo, han salido a la luz las automáticas solidaridades ideológicas de quienes comparten el espacio de la izquierda política y quizás se estén dando cuenta de que “cuando veas arder las cercas de tu vecino, empapa las tuyas…”.

Pero en política nunca se puede decir que se ha dicho la última palabra, como puede testimoniar Lula da Silva, quien, tras haber pasado por los mismos apuros que meses de prisión efectiva, se erige hoy como el candidato con más chances de ganar el elecciones presidenciales en Brasil el próximo octubre.

Tomemos el caso del peruano Pedro Castillo, quien evidentemente no está muy capacitado para dirigir a su país, pero además vemos el reiterado objetivo -y hasta ahora infructuoso- de impedirle a toda costa gobernar con la introducción de reiteradas acciones judiciales que dañar la imagen y la gestión del país, que hasta ahora ha tenido una trayectoria envidiable.

Los ejemplos continúan, el populista Correa, un bocazas incontenible, tuvo que aprovechar su residencia en Bélgica y su condición de refugiado para evitar la cárcel en Ecuador. El mexicano Peña Nieto investigado, el guatemalteco Otto Pérez Molina en prisión, el hondureño Juan Orlando Hernández entregó el cargo a su sucesor y salió del palacio esposado y directamente a un juzgado de Nueva York extraditado por tráfico de drogas y no dejarle contar.

Uno pensaría que en los Estados Unidos, donde el estado de derecho es un valor fundacional, estas cosas no sucederían. Es obvio que ahora no es así, como lo demuestran los innumerables procesos judiciales abiertos contra Donald Trump con la más que evidente intención de inhabilitarlo para volver a postularse a la Casa Blanca en 2024.

Abundan otros ejemplos y por eso uno se pregunta si es que solo los bandidos llegan a la cima o es que se distorsiona el ciclo.

@apsalgueiro1

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