Sólo miramos a Estados Unidos cuando nos alarma el monstruoso tráfico de cocaína que se origina en Colombia e inunda las calles de las principales ciudades norteamericanas. En Washington tienen la tarea de hacer saber al planeta cuánto se ven afectados sus ciudadanos por la agresiva penetración que los narcotraficantes colombianos han logrado desarrollar en su geografía.

Pero lo correcto es empezar a mirar en detalle lo que está pasando en Europa. Esto se debe a que el Viejo Continente está cada vez más contaminado por el tráfico de sustancias psicoactivas que provienen de propiedades latinoamericanas y afectan la salud de un número muy elevado de ciudadanos. Hoy en día, hay más de 5 millones de consumidores de cocaína en Europa occidental, según Europol. El objetivo de los traficantes es de 22 millones, una cifra ya alcanzada en Europa por el consumo de cannabis. En otras palabras, el espacio para incrementar el tráfico de cocaína cuadruplicaría el uso actual.

Somos plenamente conscientes de cómo, tras la desmovilización de parte de las FARC en 2016, los nuevos grupos que tomaron las riendas del narcotráfico -el ELN y las bandas criminales- no solo tejieron importantes vínculos con los clanes de la mafia mexicana, sino que han formado nuevos alianzas internacionales, entre ellas grupos criminales originarios de tierras balcánicas. En consecuencia, Europa es el escenario de una batalla campal entre estos nuevos actores del narcotráfico y los que han controlado el tráfico criminal durante décadas. La lucha se ha centrado en la revisión de las rutas y fórmulas de distribución de drogas, lo que ha estado acompañado de una violencia insoportable entre los jugadores calabreses existentes y los titulares originales.

Así ha cambiado el mapa europeo de entradas de cocaína. Desde la Península Ibérica controlada hasta hace poco por los italianos, ahora entran grandes envíos más bien a través de los principales puertos del Mar del Norte: Róterdam, Amberes y Hamburgo.

Más allá de las transformaciones estratégicas de las narcooperaciones y las sofisticaciones que han entrado en escena para ganar mercado en Europa con el fin de lograr una mayor cobertura de mercado, lo que preocupa a las autoridades es el espantoso vínculo entre este escenario comercial y una creciente y sofisticada violencia que aqueja a los países de ingreso de drogas desde Colombia. Hace unos meses, en el puerto de Rotterdam, las autoridades policiales descubrieron una cámara de tortura instalada dentro de un contenedor. Por no hablar, claro, de la corrupción que reina entre las autoridades portuarias de enclaves como el puerto de Róterdam y Ámsterdam.

Las cantidades de sustancias ilegales ascienden actualmente a decenas de toneladas por envío y la frecuencia de entrada tampoco tiene precedentes: solo en el puerto de Amberes el año pasado hubo más de 400 operaciones. Y hay que decir que su contenido se vuelve cada vez más sofisticado y voluminoso a cada paso. En mayo de este año, la policía francesa incautó 22 toneladas de azúcar contaminada con cocaína de un contenedor que salió de Colombia hacia el puerto francés de Le Havre.

En el área de la salud, también se nota el impacto de la adicción a las drogas en la sociedad. Ya se ha señalado que en toda Europa, el principal motivo de ingreso en urgencias de clínicas y hospitales es la sobredosis de cocaína. Países como Francia ya han conseguido establecer que los casos de intoxicaciones de este tipo se han multiplicado por ocho en los últimos años.

Dicho esto, no sorprende que ríos de tinta corrieran en la prensa de los países del Viejo Continente tras la inesperada declaración del nuevo presidente colombiano en la ONU, cuando aseguró que sus obispos estaban orientados hacia la despenalización del narcotráfico. Amistades no son precisamente las que el nuevo gobierno colombiano está forjando en la Europa unida de hoy.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo