«Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». George SantayanaVida y razón

La palabra «lumpen» tiene su origen en la voz alemana lumpenproletariado. Su traducción literal al español es “proletariado andrajoso”. Es un término acuñado por Karl Marx, primero, en el ideología alemana y más tarde en el dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte. El lumpen es definido por Marx como aquel grupo social que, aunque procede del campo, vive en las afueras de la ciudad, donde trata de mejorar su suerte. Y en ellos forma los llamados «cinturones de miseria» que los rodean. De hecho, son individuos socialmente degradados, sin formación, que viven al día esperando un golpe de suerte. Su subsistencia depende o de la caridad, pública o privada, o del trabajo genérico ocasional, o de la prostitución o del crimen. Carentes de medios de producción e incapaces de asumir las exigencias técnico-instrumentales que impone el mercado laboral, su conciencia social y cívica es inexistente. Quedó reducido al primitivo instinto de supervivencia. Sus motivos son el resentimiento y la venganza. Estas son las palabras de Marx: “descendientes degenerados y aventureros, vagabundos, graduados militares, graduados de prisión, fugitivos de galeras, estafadores, acróbatas, lazzaroni, rateros y ladrones, jugadores, proxenetas, burdeles, porteros, escritorzuelos. recolectores, caldereros, mendigos”. Ellos fueron los que marcaron la pauta durante el mandato del «sobrino del tío», Luis Napoleón Bonaparte. Y son ellos los que hoy hacen las delicias del “ahijado de Il Padrino”, Nicolás Maduro.

La cuestión de la educación estética no es una cuestión de «segundo nivel», aunque muchos no la entiendan y, por ello, minimicen su importancia. Como dicen las escrituras, “el conocimiento implica dolor”, porque cuanto más sabes, más sufres. Es bien conocido el papel preponderante del Pathos en la teoría platónica del conocimiento. Hegel, pensador del libre albedrío como resultado de la historia, retoma las pulsaciones del mundo clásico antiguo cuando sostiene que “los seres vivos tienen, frente a las cosas no vivas, el privilegio del dolor”. De ahí que el conocimiento implique responsabilidad. La condición adulta de saber es típica del compromiso de cualquier ciudadano libre. El conocimiento se identifica con la libertad. Pero la libertad es el resultado de una ardua y dolorosa conquista, que implica la necesidad de asumir un alto grado de responsabilidad, de ser conscientes y en plena posesión de la necesaria madurez que, sin embargo, muchos nunca alcanzan, precisamente por la ignorancia que bastante a menudo es inducido por los que están en el poder. Y así como sucede con los individuos, sucede con las sociedades. Por eso el populismo se apodera tan fácilmente de aquellos que no han sabido cultivar sus mentes. Y a medida que aumenta la pobreza espiritual, los lumpen ganan terreno y empiezan a sentirse cómodos.

La pretensión de sustituir el conocimiento por representaciones simples es sinónimo de audacia, inconstancia y maleabilidad pueriles, pero sobre todo de heteronomía servil. Son los soldados de infantería, los sargentos de cuartel, dispuestos -a la manera de Eichman- a obedecer «las siguientes instrucciones», sin ninguna razón, si no la exclusiva «razón» que dan los malditos billetes verdes. Son los que “lo saben todo”: los sabelotodos sin estudio ni formación, los repetidores de frases hechas sin causa ni fundamento; o los que tiran a los políticos al vacío y disparan a su antojo con macabra frialdad, con absoluta indiferencia. Son los que llegan a creer que «el pueblo» son los cuatro o cinco amigos del barrio, los mal-andros, felices cómplices de sus crímenes. La ignorancia es cándida, «feliz», precisamente porque no sabe. Poner el destino de lo que fue un país en manos de los «más felices», los más indiferentes al dolor, los «milicianos» del régimen -¡ay, vergüenza!-, para formar el «coro de los vicios» que se atreven a llamar pomposamente «Estado». , produce, más que una preocupación, un profundo dolor, una profunda indignación.

La mierda solo puede ser la base del ridículo. Venezuela no merece seguir en manos de tan impíos bufones. Si es cierto que “el pasajero está fuera de la maleta”, bastará soportar algunos de los insoportables discursos de Maduro o Cabello para darse cuenta de la estrecha relación que existe entre saber y dolor. Hace algunos años, un tal “Cara’e Mango” –de las filas inquebrantables del lumpanato– se ofreció como ministro para reconstruir “los motores” de la economía. Sus “logotipos” consistían en las trescientas bolsas “clap” que el régimen mandaba a llegar a todo el barrio y no las ciento cincuenta que finalmente llegaron. En medio del camión, Dante dixit, la mitad de la carga ha desaparecido misteriosamente. Pero gracias a la labor “antirrobo” de las bolsas de comida que ofrecía “Cara’e Mango”, no sin conocer los hechos, el barrio superaría “todas” sus problemáticas. «Vientre lleno corazón feliz». Primum vivere, deinde philosophari. Después de leer tales argumentos, uno comienza a sospechar que el grave problema que padece Venezuela es, esencialmente, el de la pobreza espiritual. ¡¿Y quien sabe?! Quizás “Cara’e Mango”, en virtud de tan arduo esfuerzo macroeconómico, pueda ser postulado por el mafioso madurista como candidato al premio Nobel de economía.

Por supuesto, además de la «Cara’e Mango» y la «Cara’e Tabla» que abundan en las filas del narcorégimen, existen muchas otras del mismo contenido y valor, que pretenden decretar el fin de la “guerra económica” y, con ella, la estanflación astronómica que, como sabemos, provocaron los dueños de pulperías y panaderías ¡esos “burgueses gordos” ligados a las transnacionales imperialistas! -, para destruir «el aparato productivo», el comercio y la banca. El régimen no tuvo nada que ver. Un día, Venezuela amaneció sin papel higiénico, y aún no hay noticias de qué y de ahí en adelante, productos de consumo. comenzó a ser devorado por un agujero negro, tal vez colocado en la geografía venezolana por el imperialismo. No fue Chávez, ni Maduro, ni sus compinches. Simplemente, «alguien» -«el enemigo externo»- ha destruido la economía del país, y la menos son de la corrupción más espantosa y aterradora que ha visto el país milenario en toda su historia, no señor, son los comerciantes, los panaderos, los verduleros, las ferreterías, los farmacéuticos, ni hablar de los mecánicos, entre otros. , quienes, con «El Pelucón», y su macabro plan terrorista de desabastecimiento, han creado todo este fenómeno inflacionario «sensación de crisis» que, en realidad, en el fondo, nunca existió. Y menos ahora que «la Venezuela ha sido corregida». Porque la verdad es que la hubo, pero en realidad nunca la hubo. Y si lo hubiera, por la “guerra económica”, ¿cuál es el problema? ¿Cuántos países pueden permitirse tener a «Superbigote» como presidente? Eventualmente, todo se resolverá, desde los problemas del robo de los «ferrocables», pasando por la «cuestión» de la gasolina, las comunicaciones e interconexión, el «sabotaje eléctrico», el suministro de agua, la aprobación del «salario único», el secuestro industria, la desaparición definitiva de esta chocante meritocracia y autonomía universitaria, el suministro de medicamentos a los hospitales, el reparto de lo que queda de bienes, la recogida de basura en todos los pueblos y aldeas, el transporte público, la depuración del río Güaire, los medios de comunicación truco que aún persiste, los cráteres en las calles y aceras, el olor a orina. En otras palabras, todo, “hasta el infinito y más allá”. Y, por supuesto, se producirá finalmente el final de la historia, el último gran episodio de la última y definitiva satrapía de la historia del país. Parafraseando a Kant: “Dios nos libre del lumpanato, déjame liberarme del populismo”.

@jrherreraucv

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo