No hay nada más fácil que el autoengaño.

Porque lo que todo hombre quiere es lo primero en lo que cree.

Demóstenes

En un foro reciente sobre las relaciones entre la sociedad civil y los partidos políticos, y preguntado por las medidas para mejorar estas relaciones, el P. Luis Ugalde, mi colega en el evento, dijo con razón que nuestra mayor debilidad como organizaciones políticas y sociales es creernos fuertes, cuando en realidad todos somos débiles hoy.

La declaración de Ugalde puede sonar antipática para algunos oídos, pero no deja de ser cierta. Los datos de opinión pública muestran una radiografía en la que las organizaciones políticas actuales, sin excepción, se ven disminuidas, alejadas del pueblo y merecedoras de poca confianza y credibilidad. Pero esto no es exclusivo de los partidos políticos. Con la posible excepción de las universidades y la Iglesia Católica, que continúan siendo las instituciones que mayor confianza generan consistentemente en los venezolanos, muchas organizaciones sociales reconocidas no escapan a esta situación de debilidad.

Por supuesto, factores internos han influido en las organizaciones para llegar a esta lamentable situación, como la falta de legitimidad de sus líderes, el estéril deseo de liderar determinados personajes, la preeminencia de las agendas privadas y la insistencia en poner en el centro de la política y acción social en áreas alejadas de las prioridades de la población.

Pero sería injusto ignorar variables que son externas a las organizaciones. Esto incluye de manera decisiva la acción represiva del gobierno, que ha perseguido y encarcelado a un número significativo de líderes políticos y sociales (muchos de los cuales son líderes de base y por lo tanto poco conocidos a nivel nacional), el efecto de la migración forzada y el impacto de la crisis humanitaria compleja, por citar sólo las tres más importantes.

Lo cierto es que la anterior combinación de factores, más el muchas veces olvidado que en la Venezuela de hoy hacer política transformadora o trabajo social es considerado una actividad delictiva por parte del Estado-gobierno, ha llevado a nuestras organizaciones políticas y sociales a encontrarse hoy en una situación de debilidad comparativa evidente y demostrable. Pero nuestra mayor debilidad es, paradójicamente, no darnos cuenta de esta realidad.

Ignorar la propia debilidad y creerse fuerte lleva a la tentación de querer imponerse a los demás, a creer ingenuamente que el otro no es necesario y a no aceptar cambiar la forma de hacer política o de actuar. Además, el que se cree fuerte no busca encontrarse con la gente, sino que ilusoriamente aspira a ser aquellos que se acerquen a él y lo sigan.

En cambio, es sólo a partir del reconocimiento inteligente de nuestra presente debilidad que podemos comenzar a construir un poderoso movimiento político-social que con eficacia y realismo lleve a cabo las tareas de la liberación democrática del país. Es entonces cuando admitir nuestras debilidades se convierte en una de las mayores fortalezas que podemos tener. ¿Porque?

Porque sólo cuando reconocemos nuestra debilidad es posible hacer un inventario objetivo y no fantasioso de nuestras propias capacidades, que son la base para el diseño de planes de acción creíbles y efectivos. Pero, además de eso, el reconocimiento de la propia debilidad obliga a viajar en dos direcciones inteligentes y necesarias.

Una es confiar en los demás, comprender la importancia de trabajar y coordinar acciones con los demás, reconocer humildemente que la unidad no es una consigna acomodaticia ni un adorno discursivo, sino un requisito ineludible para hacer de la debilidad de cada uno la fuerza de lo común. , y que sin ella no es posible ningún cambio político.

La otra dirección hacia la que nos lleva la aceptación de nuestra debilidad es redescubrir al pueblo, asumirlo como sujeto político de transformación y acompañarlo en sus luchas, dejar de hablarle al mismo pueblo de siempre en marcos controlados y llegar a salir a escuchar y aprender de las personas que hoy desconfían de sus organizaciones porque seguían las urgencias de sus propias agendas y no las de la enorme población que sufre la demanda de cambio.

Sí, hoy todos somos débiles. Pero esto, lejos de convertirse en un estigma derrotista y desesperanzado, su reconocimiento puede ser el inicio de un proceso de necesaria transformación al interior de nuestras organizaciones, en la forma de hacer política y de relacionarse tanto con la población como con otros actores sociales y políticos. De esta manera, la debilidad que hoy nos caracteriza -más que una tragedia- y las acciones que asumimos en consecuencia y con realismo frente a esta condición, pueden convertirse en el punto de ignición que comience a devolver fuerzas a nuestras organizaciones y a reavivar la esperanza. por el cambio en una población cansada y desconfiada.

@angeloropeza182

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Saenz Olvera
Fito Saenz Olvera