Guerra de Ucrania: Ruidos y silencios | Internacional

“Uno sabe que llega la guerra por el silencio, no por el estruendo de las bombas”. Así comienza el impresionante documental 20 días en Mariupol, realizado por el equipo de corresponsales de TV de la agencia AP, que informó al mundo entero del asedio de las tropas rusas contra esta estratégica ciudad, un importante enclave portuario. El sitio comenzó el 24 de febrero de 2022, el primer día de la invasión rusa, y culminó tres meses después, el 20 de mayo. El equipo de reporteros, liderado por Mstyslav Chernov, relata el silencio y las bombas; las muertes y las vidas que se salvan en el hospital; la esperanza y el desespero. El próximo domingo sabremos si un Oscar se añade a la larga lista de premios meritoriamente ya logrados.

Mariupol es un ejemplo, como tantos, de resistencia imposible, que no inútil. Miles murieron, pero muchos salvaron la vida gracias a las heroicidades de médicos, conciudadanos, de los por entonces poco preparados soldados ucranianos… Pero Mariupol no se pudo salvar.

Desde ese momento, las cifras describen un panorama aterrador. Un quinto del territorio ucraniano ocupado, 70.000 soldados rusos muertos, 250.000 heridos; 30.000 soldados ucranianos sin vida, más de 10.000 civiles muertos y varios cientos de miles heridos. Y millones de refugiados y desplazados internos. El vigor de la población ucraniana, alentada por un valiente presidente y con un apoyo decisivo de Occidente, aunque de arranque lento, hizo de 2022 un año no solo de eficaz resistencia, sino de plantar cara a un anticuado y mal comandado ejército ruso.

El segundo año de la guerra, 2023, no ha seguido la misma pauta. Contrariamente a lo que se planeó en Kiev, el frente terrestre se estancó. Cada vez es más difícil moverlo. Carentes de adecuado armamento, desde artillería hasta misiles, para mantener sus posiciones, las tropas ucranianas dependen más que nunca de arriesgados sabotajes o incursiones detrás de las líneas enemigas. La única excepción está en el mar Negro, donde Ucrania ha logrado diezmar la flota rusa y mantener un flujo exportador marítimo de sus preciados cereales, con una remarcable seguridad.

Este es el contexto donde aparecen dos indeseados y ruidosos contratiempos. Primero, la anómala política estadounidense, contagiada de una precampaña electoral cuyo resultado, en noviembre, puede llegar a decidir el ganador de una guerra que se libra a miles de kilómetros de Washington. Actuar rápidamente es imprescindible, por lo que resulta incomprensible y totalmente contraproducente la retención por parte del Congreso de Estados Unidos de la ayuda militar comprometida. Una ayuda determinante para fortalecer las débiles defensas y poder recuperar, quizás, territorio ocupado.

El segundo sonoro contratiempo surge de Europa, esta misma semana. No descartar la presencia de tropas occidentales sobre el terreno en Ucrania no puede ser ni una improvisación ni un desliz de un presidente, Macron, quien, aunque dado a pretender acaparar los focos, tiene inteligencia y experiencia probadas. Y ninguna de ellas avala sus palabras. Entonces, ¿por qué se arriesga a que todos los líderes europeos, empezando por el canciller alemán, se apresuren a desmentirle, debilitando la unidad europea? Sin duda, enviar soldados occidentales a Ucrania es una línea roja que Europa no se puede ni debe plantear.

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Ninguno de los dos errores, el que proviene del esperpéntico Congreso de EE UU y el que surge del Elíseo, conduce a lo imprescindible: una profunda reflexión, silenciosa y discreta, sobre los próximos pasos. Hay que entregar las armas prometidas, afianzar las defensas, arrebatar algo de territorio a Rusia (muy difícil, ya que cada palmo está minado) para que 2024, tercer año de la guerra, sea el de un trabajo coordinado y serio para acordar, al menos, un alto el fuego, desde posiciones de fuerza. Ello, si así desean los ucranianos y creen que es la mejor manera de acabar con el silencio de la guerra.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo