A los compañeros del Instituto de Filosofía del Centro de Estudios sobre Democracia y Ciudadanía ya todos los venezolanos ilustres en el exilio.

Ser republicano y la experiencia de ser parte inseparable de una fuerza –Ενέργεια– capaces de rodear, penetrar y trascender al mismo tiempo los límites del simple individuo, es decir de un Espíritu, son experiencias de conciencia histórica y cultural que se identifican recíprocamente desde los orígenes mismos del pensamiento occidental. Como sabemos, la Res-publica -sin acento- es una expresión que literalmente significa «Cosa Pública». La mayúscula aquí indica que no es cualquier cosa sino, precisamente, la Cosa, en cuanto se refiere al interés común, a las cuestiones inherentes a la comunidad política, al gobierno ya los ciudadanos. Es, en resumen, el cortesíaporque es en ella y sólo en ella que el ser humano, el zoon politikonhace (Wirklich) su más alto grado de perfección y desarrollo. Por esta misma razón, la pubis (los que sufren) sólo pueden alcanzar la necesaria madurez -y con ella, la propia autonomía- dentro del complejo ya menudo contradictorio horizonte civil, bajo las leyes e instituciones de la república. Pero es precisamente por eso que ser republicano se identifica con el Espíritu.

Cuando se hace referencia al Espíritu, muchos imaginan que se invoca el más allá inefable y, de hecho, lo confunden con un fantasma, un horror, un ente invisible e intangible, muchas veces ligado al miedo, cuando no con abierto pánico reverencial. Parafraseando a Jorge Luis Borges, no tienes miedo porque estás mirando un espectro, estás mirando un espectro porque tienes miedo. Y ni hablar de los ateos o empiristas, básicamente fieles creyentes presos en sus dogmas y banalidades, cuya inmediatez y unidimensionalidad sólo les permiten percibir (“ver”) lo que les “revelan” los gruesos cristales de sus prejuicios. y supersticiones. En realidad, el Espíritu está mucho más allá de esas trivialidades fantasmales. El término Espíritu (Speis-Spiritus) proviene de espiral, que significa exhalar, inhalar, inhalar o inhalar. En definitiva, es la acción de soplar o inflar. De aquí vienen los hinchas que hacen la fuerza de una causa y defienden la camiseta de su equipo. Es decir, como dice Lucrecio, la Spiritus unguenti suavis, la dulce fragancia del Espíritu. En su sentido original, el Espíritu es pues, más que el simple y mecánico movimiento de inspiración y expiración, el soplo de la esencia más íntima de la humanidad, que se infunde entre lo común para convertirse en soplo del compromiso compartido. La conspiración es, por tanto, el punto de partida del Espíritu de toda nueva comunidad ética. Por eso mismo, antes de ser inspirado y expirado, no puede haber Espíritu concluido, previo, fijo, preestablecido, hecho. Sólo existe el Espíritu que se está construyendo, que se está haciendo, que está en proceso de hacerse, a través del lenguaje, del trabajo, de la interacción ética y política. En suma, es el resultado del intercambio social que produce la clara transparencia del Espíritu de un pueblo. Y cuanto más se cultiva su lengua, su fuerza productiva y su ethos, mayor es su riqueza. Más que ley natural, es, como dice Vico, ley de gentes.

Sin la fuerza vital del Espíritu no se puede construir una auténtica república. Y, a la inversa, sin una auténtica república no se puede mantener la fuerza vital del Espíritu. En las repúblicas auténticas, el Espíritu se enriquece, se concreta. En lo nominal, regido por formas sin contenido, propias de la posverdad que sustenta regímenes populistas o neoliberales (que, al final, se identifican), el Espíritu se seca y se empobrece, se mutila, hasta convertirse en una abstracción. De ahí la considerable importancia de cultivar la educación estética y cívica. Sin educación ni costumbres (Sitte, Sittlichkeit) empuja la sombra de la ignorancia que da paso a la decadencia, el retorno de la barbarie, la corrupción y los despotismos mafiosos que acaban con el ejercicio republicano. El espíritu republicano merece una sólida base educativa en la que puedan prosperar simultáneamente la producción económica y la justicia social. Nada más contrario al espíritu republicano que la persistencia de un poder ejecutivo que pretende situarse por encima de las instituciones. Donde la condición republicana no ejerce plenamente sus funciones institucionales y donde reina la injusticia, crece la gangrena populista y destruye a su paso el tejido orgánico del ser social.

La conciencia se ha caracterizado por la razón instrumental y la lógica de la identidad abstracta, que la sustenta, como fenómeno de todos y cada uno. Pero, en verdad, no hay conciencias solitarias, recíprocamente independientes, aisladas unas de otras. Estás aprendiendo a verte a ti mismo a través de los otros temas que componen el caleidoscopio sin fin del Espíritu. Por eso el Espíritu no es el fundamento trascendente que subyace a la subjetividad del yo en la autoconciencia, en la que un yo se comunica con otro yo y a partir del cual se constituyen recíprocamente como sujetos. No. La conciencia existe como resultado inmanente de la acción social, en virtud de la cual los sujetos se reconocen y sin la cual no podrían ser sujetos. El espíritu republicano es el desbordamiento dialéctico de esta unidad diferenciada que se configura como totalidad ética. Es, en suma, «la acción comunicativa» -para usar la expresión de Habermas- que los individuos establecen dentro de lo general (Allgemein), similar al papel de la gramática en el lenguaje en relación con los hablantes. Es lo universal concreto, porque su movimiento recíproco implica el reconocimiento de particulares, que se identifican entre sí conservando su especificidad, su determinación específica. El yo particular sólo puede ser portador de la autoconciencia como parte integrante y constitutiva del Espíritu Republicano. Una nueva república requiere la construcción de un nuevo Espíritu, de “un espíritu superior”. Será, si no la última, la mayor obra de la humanidad.

@jrherreraucv

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo