Foto: AFP

Joe Biden acaba de cometer un pecado moral, mortal si se quiere, al comercializar a dos presos venezolanos condenados por narcotráfico por la justicia gringa y al intercambiar presos de distinto estatus, a fortiori si son inocentes como hemos dicho de los ejecutivos estadounidenses.

La descarada transacción se produce días después de que una comisión de la ONU determinara, con gran detalle y precisión, que la dictadura venezolana se practica profusa y sistemáticamente en la violación de los derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, entre los que destaca la tortura, y que este inhumano sistema represivo es dirigida por el alto gobierno y en última instancia por el propio Maduro. Y recordemos que el mismo déspota es buscado con millonaria recompensa por el país con que trata. Este no es el momento ni la persona para hacer negocios.

Además, casi todos los analistas que he leído consideran el canje de prisioneros como parte de conversaciones secretas tendientes a lograr ciertas convergencias, en las que hay que incluir el petróleo, las sanciones, Rusia, posibles elecciones y otros cánones. Lo cual es particularmente absurdo porque el gobierno de Estados Unidos reconoce a Guaidó como presidente legítimo y patrocinó la reunión en México entre el gobierno venezolano y la oposición para tratar de reorganizar el país. Pero al parecer tiene un camino alternativo que no es compatible con sus posiciones más oficiales.

Todo esto no parece ser una política exterior muy coherente hacia este asolado país. Pero, también hay que decirlo, con una oposición que parece un fantasma o un zombi, incapaz de afirmarse. Eventos como este lo disminuyen aún más.

Los convivientes, especialmente los más cercanos, deben estar muy contentos con dos cosas. Que Maduro haya recogido a un par de feroces criminales muy simbólicos lo hace muy llamativo y es una demostración de poder a bajo precio. O que sea el interlocutor de la Casa Blanca y no el célebre Guaidó, al menos eso parece ser en alguna ocasión, tras tantas pomposas declaraciones de su rival.

Posiblemente vainas de aceite en el momento de Ucrania. O el cansancio por el silencio que reina sobre esta tierra que alguna vez tuvo cierta gracia. O el tradicional desprecio del gigante del norte por los que están en el patio trasero.

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo